Elegía
locura y espinas.
La
valiente es aquella que no teme a la muerte
que
la propia mujer es.
Y
sí,
capaz
de mirar cara a cara a las situaciones
que
forman parte de su propio despertar
en
el mundo.
Porque
si te reprimes, no llegas;
si
quieres conservarte, simplemente te asfixias;
si
buscas las energías universales de un mundo transpositivo,
sencillamente
te proyectas.
Perder
demasiado tiempo es un buen reclamo
para
morir pronto,
y
vivir pendiente del sueño y de la pesadilla,
es
estar muerto en vida. Lo grandilocuente,
el
gigantismo del momento,
es
hacerse hueco entre
tanto ruido de
maquinarias
parlanchinas, de espejos con sombrero
y
mentecatos con varilla.
Cuando
ya no queda la Palabra, no temas,
se
comulgará con la Ironía.
Este
no es el fin,
es
el emerger de un sobrepasar
para
alcanzar otra posible isla, desterrada...
Invertido
el mundo, hayose la fatalidad
de
lo mezquino.
Abra
usted el oído,
¿no
escucha cómo claman los vendidos?
Aquellas
que aún no han prohibido
el
lenguaje prohibitivo, las que han sabido
escuchar
con cuidado el silencio
de
sus artemisas;
aquellas,
han encontrado el escarpado y nativo
camino
de la vuelta a ningún lugar,
del
venir donde lo que se vislumbra
es
el don de su cerrar.
¿Hemos
cerrado demasiado? Me temo que sí.
Olvidados
de haber olvidado, al cuidado
de
esas plantas sin nombre,
de
esos objetos desbocados...
Pero
La Extranjera,
a
Esa,
no
la hemos dejado entrar.
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